Llévenme lejos.
Más allá de mis imaginables sueños,
al mundo del topacio y la flor,
del ocre y de la salvedad estancada.
Llévenme al camino olvidado.
Donde ese habitable ser
que muchas sucumbió a mis tristezas.
Ese que ahora ya no es el mismo.
Es más feliz, concede deseos y
regenera las ruinas con un
pensamiento fiel.
Lo quiero nuevamente conmigo.
Abrazando mi sien,
revolcándose en mi alma
y constriñendo el estómago,
apartando la desdicha y llorona
capacidad de botar mis habilidades.
Llévenme hacia él.
Estaré asombrada de su gran cambio de vida,
aprenderé de sus vicisitudes, bendiciones y caricias.
Pues nadie, solo él,
ha logrado entrar en mi
vejez, juventud y niñez.
Es el único ambiente capaz de dejarme
en paz cuando no lo necesite
y volverme a la sociedad
en el momento menos justo.
Es cuestionable a los razonamientos
humanos lógicos.
Es mi yo, mi otro ser,
mi capacidad de intelecto.
Mi uña podrida que da energía a
este cuerpo mutable.
Es mi fortaleza más preciada
que nunca cambia,
que a través de mi reflejo
seré siempre yo, la misma.
La mujer que en cuerpo
tiene alma y cimiento.