Mi amor está nuevamente en el tablero
con las manos tibias que sostienen su cabeza.
No le gusta ver a los lados, le sofoca
el ruido, la penumbra y la luz.
Consagra su tiempo y espacio
a la sabiduría incesante de su apertura;
esa que delimitó desde su computadora
y la ejecutó en el tablero de la casa
una y otra vez, sin verme, sin prestarme atención.
Cada una sus piezas toman su ritmo
y bailan al canto del opresor.
Ahora, sentado frente a las blancas
recuerda rápidamente su meta,
jugar, disfrutar, amar. Ajedrez con pasión.

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