En un rincón desperdiciado
recordé mis vivencias de chavala.
Tras espasmos en el estómago
me di cuenta que nada había cambiado.
Sigo siendo la misma mujer
que se construye y deconstruye,
que tras un sueño cumplido
corre por otro más grande.
Más brillante.
La que muere
de amor lentamente
entregando su ser
a lo incondicional,
la que es feliz viendo
feliz a los demás.
Y no derrama gotas,
solo para buscar la paz.
La que ama más
el invierno que el verano.
La que ama más
el camino que el destino.
La que traza su vida
de forma detallada.
Esa, radiante, melancólica y bullanguera.
La de la risa siniestra y coqueta.
Entonces,
sigo siendo la misma mujer
con dos década encima.
Y con la misma piel.
Pensando en sí misma,
abrazando los días
y depurando el réloj.